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Había llegado la noche anterior a Alghero (L’Algher, en catalán) la ciudad “catalana” de Cerdeña y me disponía a pasar tres días de turista antes de viajar al otro extremo de la isla para un acontecimiento familiar. Había tenido un primer contacto con la ciudad y lo que había visto me había gustado mucho. Ese color especial del que me habían hablado, no era exageración o al menos, así me lo había parecido. Te escribí…
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Cariño mío,
El sol se colaba por las rendijas de la persiana, sin abrir los ojos alargué el brazo buscándote.
No te encontré y sentí una punzada de dolor.
Deseaba tanto hacer este viaje contigo… Pero pensé, “lo verás a través de mis ojos” y me tiré de la cama dispuesta a disfrutar del día.
El sol brillaba con fuerza, el cielo estaba azul, limpio de nubes y la temperatura, alta para estas fechas, invitaba a pasear…

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Soñé que caminábamos de la mano y me acerqué hasta el puerto.
El cielo tenía una luz especial, el agua brillaba y los palos de las velas se reflejaban en él como si fuera un espejo.
Caminé por los embarcaderos del puerto, entre lanchas y veleros y deseé navegar contigo sin rumbo por ese mar tranquilo y transparente, dejándonos ir al capricho de las olas…
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Me fui acercando a la muralla que defiende al casco antiguo de los embates del mar… Todo lo miré para ti con mis ojos, sabía que te hubiera gustado estar allí conmigo.
Recorrí lentamente la muralla, imaginé unos besos tras sus torres y me reí pensándolo…
El mar estaba tranquilo, el sol lucía espectacular y mis ojos siguieron deleitándose para guardar tan bellas imágenes para ti.
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Luego me adentré en el pueblo, por una de las estrechas callejuelas que van desde la muralla.
Calles estrechas, empedradas, construcciones medievales de una gran belleza, arcos que enlazan las casas, escudos, placitas acogedoras.
Un paseo mágico, imaginando la vida en aquellos tiempos en que la ciudad fue colonizada por catalanes, allá por el año 1372.
Volví a imaginar tu mano en mi mano y algún beso furtivo por las esquinas… y deseé tenerte enfrente mientras comía una sabrosa lasagna en una terraza al lado de la muralla.
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Me sirvieron un capuccino y mientras lo saboreaba, pensaba en otro tiempo, en otro mar donde sí estabas tú, donde no tenía que imaginar ni tus manos ni tus besos y me sumergí en un baño de nostalgia…
Pero la tarde era joven y seguí callejeando entre pizzerías y cafeterías, contemple los escaparates de las joyerías de artesanos del coral, una de las industrias de la zona y de artesanía del mimbre y el bordado, entre otros.
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Luego me fui paseando por el paseo que lleva del puerto a la playa, el sol se estaba poniendo en el horizonte y me senté para ver el espectáculo.
Entonces sí que deseé intensamente que estuvieras conmigo… la vista era espectacular, una luz mágica caía sobre el mar, mientras el sol se iba reflejando en el agua, hasta desaparecer en ella.
La luz anaranjada fue convirtiendo al cielo en la imagen de un fuego cálido… Pensé en ti y me sentí arder por dentro.
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Sentí la emoción del regalo que, tantas veces, nos ofrece la naturaleza, sin saber apreciarlo y me quedé sentada en el muro contemplando el cielo, hasta que el fuego se fue diluyendo en la noche y una sombra oscura fue cubriendo la playa.
Lentamente me levanté y caminé de nuevo hasta la zona antigua de la ciudad. Una luz dorada iluminaba las calles por donde paseaban grupos de turistas, la mayoría de ellos en esta época del año, ya entraditos en años… yo diría que sobre todo eran jubilados alemanes y franceses
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Y así, cariño, se fue pasando el día, un día que disfruté para ti también, en el que llené mis ojos de imágenes, para que las contemples cuando te mires en ellos.
Es una ciudad muy bella, acogedora y cálida, con lugares lindos para pasear. Solo deseo que la próxima vez, tú puedas acompañarme. Seguro que lo disfrutaríamos…
Y ahora, hora de descansar para ti y para mí, con besos.
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Alghero, 6 de octubre, 2010
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