
Sintió la necesidad de alejarse. Empezó a andar sin rumbo fijo, solo una idea le martilleaba en la cabeza ¡tenía que escapar, escapar, escapar! Como un eco, se lo repetía una y otra vez.
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La noche anterior él había llegado a casa, como cada día, horas después de salir del trabajo. Acababa de acostar a los niños y, con el alma en un puño, esperaba con temor su llegada. Temía lo que podía pasar, lo había vivido demasiadas veces, conocía sus cambios bruscos de humor, el paso de la euforia a la ira en un instante. Y le daba pavor.
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Aquella noche no fue distinta. Entró esbozando una sonrisa que a ella le pareció una mueca, se acercó y le pellizcó la cara. Le hizo daño, y no pudo evitar un ¡ay!. Eso despertó su ira, le agarró del brazo, le empujó a un rincón de la cocina, le agarró por la barbilla y le hizo levantar la cabeza hacia él:
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– ¿Qué te pasa, zorra? ¿no sabes apreciar las caricias de tu marido? ¡Contesta, puta, no te quedes callada!
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Y le zarandeaba con fuerza, y ella se encogía sobre sí, con el terror dibujado en su rostro. Y cuánto más se encogía, más furioso se ponía él; no quería gritar, no quería que los niños le vieran así. Como siempre, él tenía cuidado de no dar grandes golpes, eran empujones, tortas, pellizcos e insultos soeces, era menosprecio, humillación, era minar su resistencia mental, era convertirla en un guiñapo.
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Cuando había descargado su ira, la empujaba a la cama, y la poseía con rabia, mientras ella se dejaba hacer. Ya no se sentía ni siquiera mujer, era como una muñeca de trapo, que se va rompiendo a jirones. Ya ni siquiera lloraba cuando la forzaba…
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Y ahora, iba sin rumbo, desesperada. No quería llorar, pero las lágrimas pugnaban por salir. Apretaba los ojos. No voy a llorar por él, pensaba, no volveré a llorar. Y siguió caminando. El sol estaba alto, hacía calor, pero ella no lo sentía.
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Llegó al pequeño río que tantas veces le había visto pasar. Pero esta vez se detuvo, buscó un rincón escondido y se sentó. Apoyó los brazos en sus rodillas dobladas y allí hundió la cabeza. Y entonces sí, dejó que las lágrimas bajaran por sus mejillas y con sollozos desesperados lloró.
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Lloró por él, lloró por ella, por el pasado, por el futuro, lloró por su alegría perdida, lloró por la esperanza muerta, lloró por su vida destrozada, lloró y lloró…
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Miró sus manos, las manos que le habían acariciado con tanto amor, y pensó en su boca que con tanto ardor le había besado y en su cuerpo que tantas veces le había entregado. Pensó en su corazón, en las veces que latió desbocado suspirando por él. Había dado tanto, nunca le dolió dar. Pero poco duró la felicidad, pronto descubrió la persona oculta en él, la fiera que dormía en él. Nunca supo qué fue lo que la despertó, pero un día, sin esperarlo, rugió, y ella pensó y pensó… y no encontró qué era lo que había hecho mal.
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He aguantado demasiado, pensó, ya nunca más, ni mis hijos ni yo merecemos esto. Y de un manotazo se limpió las lágrimas, y sintió que esta vez sí, esta vez era el fin.

El atardecer empezaba a llenar de sombras la orilla del río, con lentitud se levantó, se lavó la cara con el agua fría. Le vino bien. Y lentamente volvió a casa por el camino. Había tomado una decisión. Quizá había llegado el momento de hablar claro, pero no iba a hacerlo. Debía marchar antes de que él volviera.
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Llegó a casa, metió cuatro cosas en una maleta, cogió a sus hijos, y dejó la casa donde había sido tan infeliz. Ni siquiera volvió la cabeza. Dejó a los niños en casa de su hermana, puso una denuncia en la policía y se juró que jamás le volvería a hacer daño.
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Había tardado demasiado, pero por fin, había despertado, en ese momento se sintió fuerte, pensó que había vuelto a tomar el camino que nunca debió dejar. Estaba dispuesta a recoger y recomponer paso a paso los jirones de su vida que había perdido y volver a ser la mujer brillante de su juventud. Pensó en el futuro, su futuro y sonrió, como hacía años que no lo hacía.
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Y SOÑÓ…
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Dedicado a tantas mujeres maltratadas, para que luchen por salir de ese infierno. Esta historia, basada en un hecho real, ocurre con demasiada frecuencia, se sigue pensando que la mujer es un objeto de usar y tirar. No callemos, no dejemos de luchar por nuestra dignidad, la de todos, la de las mujeres y la de los hombres que creen en las mujeres. No somos enemigos, somos compañeros en la vida.
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