Feeds:
Entradas
Comentarios

Posts Tagged ‘pueblo’

img006

 ¡Estoy emocionada! Siempre me pasa el día de San Miguel. ¿Sabéis? es la fiesta de mi pueblo. Me he asomado a la ventana y el día está un poco nublado y hace frío. Ya es final de verano y se nota.

Dentro de unos días me voy al internado, así que voy a disfrutar la fiesta especialmente.

Ayer por la tarde, mi abuela mató un pollo, ¡pobrecito! Le dobló el cuello, le hizo un corte y se fue desangrando poco a poco en una taza que sujetaba yo, ¿es crueldad o inconsciencia por mis pocos años no sentir el dolor del  pollo? Seguro que con los años me daré cuenta…

 Mi abuela le metió un momento en agua hirviendo (ya estaba muerto ¡eh!) y empezamos a quitarle las plumas. Le troceó y ya colocado en la “fresquera” estaba listo para la comida de hoy.

Ya tengo preparado el barreño con agua caliente para bañarme. Y mi vestido de los domingos, de cuadros blancos y rojos y un lazo rojo en la cintura y los únicos zapatos que tengo. Ya tienen dos años y me aprietan un poco, pero como voy a ir al cole ya me han comprado unos muy feos para llevar allí y no tenemos dinero para más.

Me parece que estoy muy guapa con las trenzas, aunque me las van a cortar antes de ir al colegio, no sabría peinarme bien porque solo tengo nueve años.

img036

Hoy vamos a comer arroz con los menudillos del pollo (el hígado, la molleja, la sangre coagulada, la punta de las alas, el cuello y la cresta) Solo lo comemos en días muy señalados del año y me encanta. Mi abuela siempre abre una lata de berberechos y los echa también al arroz, en cuanto ella se descuida me bebo el caldo.

Y hablando de caldo… Han llegado los músicos con el tío Elías, el alcalde, el secretario y el cura. Mi abuela les tiene preparada una botella de vino dulce. ¡Y en las otras casas del pueblo también, cómo se van a poner! es una costumbre todos los años.

Ya se han marchado. Voy a probar el vino… ¡qué rico! Como no hay nadie más, todos han salido a la puerta de casa, me bebo lo que queda en un vasito, no pasa nada así que hago lo mismo con todos los culines que han dejado. Me siento muy bien. Creo que me he emborrachado un poco.

¡Uy, qué sueño me está entrando! Voy a sentarme en el sillón de mimbre de mi abuela que está en el portal.

-¡Estrella!

Es mi mami (así llamo a mi abuela), creo que me he quedado dormida. Se asoma desde la cocina y me mira extrañada.

-¿Qué te pasa? ¿estás mala?

-No, mami, tengo sueño.

-Espabila, va a venir el tío Marcos a comer y tienes que ir a por agua a la fuente.

-Ya voy…

El arroz está muy bueno. Y el guiso de pollo también. Pero lo que más me gusta es la tarta de galletas que hace mi abuela, rellena de chocolate y de una crema como el flan pero más blandita… no sé cómo se llama, cuando sea mayor lo sabré.

No me encuentro bien, mi abuela me mira raro pero no le voy a decir que he bebido vino porque se va a enfadar y tiene la mano muy suelta, ya sabéis ¿no?

Voy a dormir otro rato en el sillón, así, cuando empiece el baile, ya estaré mejor. Me gusta mucho ver a los músicos, uno toca el acordeón y otro tiene un bombo y unos platillos y la gente baila mucho. Hoy es la última fiesta de la comarca, San Miguel, 29 de septiembre, la fiesta de mi pueblo y hay mucha gente.

El invierno se acerca…


Dedicado a Note. Dejé un comentario en su blog hablando de la vez que cogí una «cogorza» en la fiesta de mi pueblo cuando era una niña todavía, y me sugirió que lo pusiera en mi blog y yo soy muy bien mandada, jajaja…

.

Read Full Post »

IMG_4336

Recreación de una escuela antigua (foto de mi amiga Belén)

No sé por qué, pero el momento en que empecé la escuela se pierde en una nebulosa de recuerdos.

Yo creo que tuvo que ser en Asturias, porque me vienen a la memoria, en diversas ráfagas, el aprendizaje cantado de la tabla de multiplicar: 1×1 es 1, 2×1 es 2, 3×1 es 3… en una escuela que no era la de mi pueblo. Creo que yo tenía que ser bastante pequeña. Recuerdo un camino de cantos rodados, un puente y luego se llegaba a la escuela. Pero todos estos recuerdos están difuminados como en una niebla espesa, salvo aquel día en que una salamandra se cruzó entre mis pies y no dejé de correr hasta la escuela. Ese momento ha perdurado a través de los años.

Enseguida mis padres acabaron “por peteneras” y no sé cómo, en el plazo de unos pocos días, pasé de la casa de una vecina, con mi madre magullada, a los brazos de mi abuela en el apeadero del tren de La Robla, camino de mi pueblo.

Mi madre emigró y no sé muy bien qué fue de mi padre en aquel momento. Yo me fui a vivir de nuevo al pueblo donde había nacido y donde había pasado largas temporadas con mi abuela.

En mi pueblo, en aquellos tiempos, aún había escuela. Una única escuela donde estudiábamos niños y niñas, pequeños y grandes… ¡éramos tan pocos!. Donde no había llegado la segregación por sexos habitual en la dictadura, ni en la nueva escuela que hubiera pretendido ese espectro del pasado llamado Wert.

¿Véis la primera foto? Es una recreación de una escuela de aquellos tiempos, cincuenta años ya. Parecida era la de mi pueblo. La estufa de leña y carbón en un rincón. Los mapas en las paredes irregulares encaladas, la foto de Franco, los pupitres de madera con dos ranuras para el lápiz y la pluma. El tintero de cerámica encajado en un agujero en la mesa.

Los niños separados por edad. Primer grado, segundo grado y tercer grado, todos con su enciclopedia Álvarez correspondiente. Todo un compendio de sabiduría aquellas enciclopedias, no necesitábamos un libro para cada asignatura ni que nuestras espaldas se curvaran ante el peso de la educación.

IMG_4356

foto de mi amiga Belén

Y doña Carmina, de mesa en mesa iba enseñándonos a leer, a diferenciar las provincias, a recitar versos, a contar con el ábaco… También aprendimos a encender la estufa en aquellos días, muy habituales, en que el frío azotaba las paredes de la escuela. Cuando acababa el curso, había zafarrancho de limpieza, con una lija quitábamos todos los restos de tinta de las mesas y luego las encerábamos, ¡ya estaban listas para el próximo curso!

Pero como parece que yo, desde pequeña, he tenido una especial predisposición a que las cosas no me fueran bien, a los pocos meses de llegar al pueblo caí enferma con una infección ósea en una pierna, de la que, tras dos operaciones y un año entre escayolas y vendajes, me recuperé. Las distintas estancias en varias ciudades buscando remedio a mi enfermedad, hicieron que ese año fuera poco a la escuela. Empecé mi enfermedad con seis años y cuando me dieron el alta me faltaban dos meses para cumplir los ocho.

No recuerdo represión en mi escuela, salvo la foto de Franco. Éramos tan pocos niños que tampoco había diferencia entre sexos y yo era demasiado pequeña para darme cuenta de si ensalzaban mucho o poco al dictador. Dónde sí recuerdo esa represión es en el colegio donde estuve interna seis largos años, de esa estancia ya tengo algunas cosas escritas por aquí.

Siempre he tenido especial predilección por las matemáticas, la geografía y la literatura. Y recuerdo especialmente aquellos mapas mudos, donde íbamos escribiendo con una tiza, capitales de provincia, ríos, montes y otros accidentes geográficos. Aún hoy día no se me han olvidado, de tal manera que mis hijos siempre acuden a mí cuando tienen alguna duda en ese campo. Y en las redacciones no me ganaba nadie, claro que no es extraño, con tan poquitos contrincantes.

En mi casa no se pasaba hambre, mi abuela tenía unas pocas ovejas, dos vacas y media docena de gallinas, además sembraba una tierra de patatas y una de trigo para dar de comer a las gallinas, así que no nos faltaban ni leche ni huevos y por la fiesta de San Miguel y en Navidad, un buen arroz con pollo del corral. Pero dinero no teníamos, así que, fuera de lo que sacábamos de los animales y de las tierras, no podíamos permitirnos cubrir muchas necesidades. Por eso en vez de tizas normales, yo tenía unos “pizarrines” que hacía con trozos de pizarra de una de las cuestas del pueblo. Y como yo, la mayoría de los niños de la escuela. Los pulíamos, los afilábamos una punta y ya teníamos con qué escribir en las pizarras.

Hay otra cosa de aquellos tiempos, que ha perdurado en ese baúl tan variopinto que es la memoria, los miércoles nos daban leche en polvo y un trocito de queso de bola, de ese que tiene la envoltura roja. A mí me gustaba mucho, y es que en casa de mi abuela íbamos muy justitos como para no agradecer algo extra. Era una manera de compensar la dieta escasa y poco equilibrada que seguíamos en aquellos tiempos tan precarios.

img036

Mi pueblo alfombrado de lirones amarillos (desconozco el autor) 

También recuerdo con especial cariño el mes de mayo. Había una imagen de la Virgen en un saliente de la pared y cada día la llevábamos flores del campo, sobre todo lirios amarillos que crecían al lado del río. Aprendíamos poesías y las recitábamos. Durante años mi abuela me las hizo recitar delante de sus amistades para que vieran “qué bien recita la niña”.

Hasta que de nuevo vino el cambio, doña Carmina, la maestra, un día vino a casa de mi abuela y le dijo: “la niña vale para estudiar, creo que merecería la pena solicitar una beca para hacer el bachillerato” Y así lo hicieron, obtuve la beca y con diez años me internaron para hacer el curso de ingreso, que decían.

Pero esa ya es otra historia, mis andanzas en el internado.

Y de postre, tras estos recuerdos de infancia, un poema:

 

Salen los niños alegres

de la escuela, poniendo en el aire tibio

del abril canciones tiernas.

.

¡Qué alegría tiene el hondo silencio de la calleja!

Un silencio hecho pedazos

por risas de plata nueva.

~

(F.García Lorca)

.

Read Full Post »

arenos

La peña Tremaya

Los días pasaban despacio en aquel tiempo. Una estación sucedía a la otra mansamente, sin que nada turbara el sosiego del pueblo.

Sólo la pareja de la Guardia Civil al asomar por el vallegón hacían que entrara corriendo en casa de mi abuela…

-¡Vienen los guardias!

Siempre se hablaba en voz baja del cuartelillo y de los civiles. Mi abuela siempre me decía, “ten cuidado con ellos, no son buena gente” y es que ella tuvo que sufrir, durante años, el acoso de los vencedores de aquella contienda fratricida. Habían pasado más de veinte años del fin de la guerra y todavía se temía a los guardias.

Como en todas las épocas, se amedrentaba a los niños con alguna cosa para que obedecieran. En mi pueblo eran, por orden de importancia, los guardias, el sacamantecas, el lobo y el hombre del saco. Mi temor particular era al lobo. Recuerdo ir de casa de mi abuela a casa de mis tíos, unos cien metros, corriendo sin parar por miedo a los lobos (jamás vi uno). Sin embargo recuerdo que en mis sueños de niña de seis o siete años, lo que me daba pavor era el diablo. Y no sé por qué, no era un tema del que se hablara en mi casa.

También el sonido de un coche en la noche era la comidilla del pueblo al día siguiente. Y es que nadie tenía coche en aquellos tiempos. Solo algunos “indianos”, cuando venían del otro lado del mar, podían permitírselo.

La tele no había llegado todavía y sobre todo en invierno, la única diversión para los mayores era escuchar radio Andorra por las noches, cuando el transformador de la luz funcionaba… Recuerdo con qué atención escuchaba mi abuela los discos dedicados, sobre todo a los emigrantes. ¡Y cómo la gustaba el tango! creo que mi gusto por la música se lo debo a ella, como tantas otras cosas.

Cada año escribía a la radio para que dedicaran una canción a mi madre que trabajaba en Alemania y nos pegábamos al viejo aparato para, por encima del ruido de las interferencias, que eran muchas, escuchar la voz de la locutora diciendo: “y ahora vamos a escuchar a Juanito Valderrama, cantando “El emigrante”, que le dedican a S…., su madre y su hija, que la quieren mucho y desean que vuelva pronto…” Y mientras sonaba la canción, las lágrimas corrían por las mejillas, ya un poco ajadas, de mi abuela, mientras yo, tan pequeña, ya había aprendido a ocultar mis emociones.

El verano era un poco más animado, podíamos estar en la calle hasta bien entrada la noche. Los pocos niños que éramos en el pueblo jugábamos al “bote” en la carretera, con toda la libertad que daba el que sólo por la mañana pasaba alguna camioneta que repartía pan o pescado, algún camión que entraba a la mina de carbón y el coche de línea, que tenía casi más años que mi abuela. El resto del tiempo, la carretera era nuestra pista de juegos.

Cuando empecé a escribir estos pequeños recuerdos, no sabía dónde me iban a llevar mis palabras, siempre me pasa cuando hablo de mi infancia. Las palabras fluyen con facilidad y se van atropellando los recuerdos.

He recordado los guardias civiles de entonces y a mi abuela y me han venido a la cabeza los antidisturbios, cuando se emplean a fondo ante las manifestaciones de indignados. En aquellos tiempos había que hablar bajito y sin hacer grupos y siempre teniendo miedo de que las paredes oyeran.

Y, como hoy día, también había emigrantes, con la diferencia de que hoy los que se van, van más preparados y en aquellos tiempos solo unos pocos podían estudiar, como va a volver a pasar si siguen los recortes en la enseñanza y cada vez el acceso a ella es más restringido para la gente de a pie.

Y aquí acaban por hoy mis recuerdos de infancia, seguro que vendrán más…

Read Full Post »

 

Areños 042 


En mi pueblo había minas de carbón,

digo había, porque ya no hay,

todas cerraron hace años.

En la casa de mi abuela no había dinero,

no había que ser muy lista para darse cuenta,

así que teníamos que buscarnos la vida.


Mi abuela, una mujer separada, sin pensión,

viviendo en un pueblo,

sin posibilidad de trabajo,

tenía que buscarse la manera de ganar algo.

Tenía un par de “pupilos”, así se les llamaba entonces

a los que se quedaban de pensión en una casa,

¡qué rara me suena la palabra ahora!

Eran mineros asturianos o gallegos, que habían llegado allí

buscando fortuna y lo que se llevaron, la mayoría de ellos,

fueron a las mozas del pueblo.

Además tenía unas gallinas, dos vacas, un perro, algún gato,

un puñado de ovejas

y un par de tierras sembradas de patatas

y poco o nada más…

 

colage .


Alrededor de las minas,

para la gente que no las haya visto,

se van formando escombreras con lo que se desecha de la mina,

y yo aprendí desde pequeñita a buscar carbón en ellas.

Al principio iba con mi abuela,

ella me enseñó… cogía dos piedras negras brillantes,

y ponía una en cada mano,

aparentemente eran iguales…

primero hacía que las sopesara…

una era ligera como una pluma, la otra pesaba…

la ligera era carbón.

.

Si las mirabas detenidamente, en una de ellas, el brillo era más metálico,

pero estaban tan impregnadas de polvo de carbón,

que habría que limpiarlas muy bien, para diferenciarlas.

Por eso la clave principal era el peso…

Yo era buena aprendiz y con cinco o seis años,

ya iba yo con mi caldero a buscarlo,

cada día traía un poco para guardar para el invierno

y para mantener la cocina de carbón.

Por si no sabéis,

eran aquellas placas de hierro en las que se cocinaba,

se mantenía el agua caliente en un pequeño depósito que tenían,

y además mantenían caliente la cocina,

que era donde se hacía entonces la vida. . .

. mina 

Para encender el carbón, íbamos a recoger “ramos”,

ramos llamábamos a las ramas secas de las escobas (retama amarilla)

que crecían abundantemente en los montes bajos al lado del pueblo.

Llevábamos una cuerda y hacíamos hatillos con esas ramas secas,

para luego ir amontonándolos en casa.

Necesitábamos hacer buen acopio de ellos para los largos inviernos.

Ardían muy bien y mantenían la llama el tiempo suficiente

para que el carbón prendiese.


Con el carbón que recogíamos en las escombreras,

los ramos que habíamos acarreado en el verano

y la “suerte”, que era un lote de leña que se daba a cada vecino,

de lo sobrante de la limpieza del monte,

con todo esto, ya teníamos resuelto el tema del combustible,

y sin haber gastado un duro,

más bien, una peseta, pues los duros apenas los veíamos.

¡Al menos, aunque comiéramos poco,

frío no íbamos a pasar…!

.

.

cocina .

¡uy, que me quemo…!

.

Read Full Post »

Areños 087

Es curioso como cambia la perspectiva de las cosas con el paso del tiempo…

.
Cuando era niña, vivía en un pueblo en el norte de Castilla, en plena montaña palentina y recordaba lo que nosotros llamábamos la dehesa, como un bosque enorme. Tenía encinas, robles, avellanos, acebos, salcillos, chopos, saúcos  y plantas más pequeñas como brezos, escobas, endrinales, arándanos, fresas silvestres, zarzamoras… un pequeño parque botánico.

.
Se llegaba a la dehesa por un camino que llevaba a la mina de carbón, que durante los años que estuvo en funcionamiento dio un poco de vida al pueblo. Luego había que atravesar el río, más bien un riachuelo de montaña y aproximadamente a 1 km. estaba la dehesa. Recuerdo que cuando éramos niños, nos parecía toda una aventura ir hasta allí, ¡no llegaría ni a dos kilómetros! y recuerdo también el miedo que nos metían en el cuerpo para que no fuéramos solos, que si venía el oso, o el lobo o que nos llevaría el ¡sacamantecas! Lo del sacamantecas era lo más de lo más…

.
A últimos de septiembre, más o menos, íbamos a coger avellanas, metíamos la merienda en una cesta y era como ir de excursión. Luego, contentos si la cosecha había sido buena, nos sentábamos en una piedra que hacía de banco, a la puerta de la casa de mi abuela y con otra piedra las cascábamos y nos pasábamos las horas allí, hablando, riendo. En aquellos tiempos todavía casi nadie tenía televisor. Las tertulias a la puerta de las casas era una cosa habitual.

avellano
Estábamos justo al lado de la carretera, pero era muy raro que pasase un coche, el día que pasaba uno era un acontecimiento y todo el mundo hacía cábalas sobre quien sería. Durante varios días era motivo de conversación. La carretera la usábamos para jugar al bote, o al castro (seguramente muchos no tendréis ni idea de aquellos juegos de calle)

.
Pero me estoy yendo de lo que hablaba en la primera línea.
Hace pocos años, después de estar muchos sin volver al pueblo, fuí de nuevo y me pareció todo mucho más pequeño, los prados, los montes, la dehesa me pareció un bosquecillo… hasta la peña que se ve desde allí, que me parecía en otros tiempos una montaña, ahora parecía haber mermado.

.
Fue una sensación extraña, había perdido parte del encanto con que yo lo guardaba en mi memoria. Fue como perder la inocencia de la niñez…

.

Read Full Post »

areños nieve

Estaba asomada a la ventana, viendo caer la lluvia persistente de esta mañana. Las gotas de agua golpeaban el cristal con esa música monótona que te sume en un estado de ensoñación. Y recordé un pequeña reflexión que escribí hace algún tiempo.

.
“Cuando era pequeña no tenía esa sensación,
pero, con el tiempo, me he dado cuenta que en mi casa,
mejor dicho, en la casa de mi abuela, se pasaba bastante necesidad.
Y lo digo porque en el desván, no había apenas nada,
salvo un montón de latas de hojalata desperdigadas por el suelo,
y algún que otro, muy pocos, trastos viejos.

¿Para qué las latas?
En los días de lluvia, había que subir y colocar las latas,
para recoger las goteras del tejado…
Si la lluvia se alargaba en el tiempo,
de vez en cuando había que subir para vaciarlas.
No os digo nada, cuando en invierno,
caía una gran nevada de aquellos tiempos,
entonces el subir a vaciar las latas, era una rutina constante.
Y eso era muy a menudo,
estoy hablando de un pueblo de la montaña palentina,
donde, en aquellos tiempos,
la mitad del invierno nevaba sin parar.

Para subir al desván no teníamos escalera,
solo una trampilla encima de la cama de la alcoba,
a la que había que encaramarse a pulso.
Me gustaba subir a ayudar a mi abuela,
y por la noche me adormilaba con el tintineo de las latas,
aún parece repicar en mis oídos ese sonido…

Mucho más tarde, abandonada mi primera infancia
supe que mi abuela no tenía dinero para arreglar el tejado.”
(Estrella)

Read Full Post »

Areños 091-002

Habían pasado muchos años.
La visita al pueblo que me acompañó en la infancia
dejó un poso amargo en mi garganta.
Faltaba vida,
la vida que yo llevé conmigo cuando me fui de allí.

Eché de menos el campo abierto,
el sonido de nuestras risas,
las meriendas con pan y chocolate,
el mugido de las vacas por la mañana
y el balido de las ovejas al atardecer.
No se veían los carros cargados de hierba,
ni el trillo en la era,
ni los botijos.
Las mujeres no estaban lavando en el lavadero,
y la poza del río donde nos bañábamos,
desapareció mucho tiempo atrás.

Quizá pensé, al volver allí,
que iba a recuperar la infancia perdida,
y lo que encontré, pasado tanto tiempo,
es que ya nada era igual, ni el pueblo, ni la gente,
ni yo…
Sentí que la memoria había jugado conmigo,
me había ido dejando huellas y recuerdos
que habían dulcificado la realidad.
Pensé lo distinto que es ver las cosas
cuando se tiene toda la vida por delante,
a cuando, en plena madurez,
las experiencias nos han ido curtiendo el alma.

Y algo, como una puñalada,
me rompió el alma…

(Estrella)

Read Full Post »