.

Back Camera
Publiqué tres posts dedicados a mis tiempos de internado al principio de abrir el blog en WP. Como supongo que muchos no los habréis leído, voy a republicarlos seguidos. Espero que os gusten, la vida en este montón de años ha cambiado mucho.
Los que andáis por una edad parecida a la mía os recordarán vuestros tiempos y a los más jóvenes les parecerá otro mundo…
______________________________________________________________________________________________
Han pasado un montón de años
y aún sigo buscando aquella niña indómita
que se perdió un día de octubre de hace muchos años…
.
Tenía nueve años
y decidieron que a aquel potrillo un poco salvaje,
que corría por los campos
y se subía a los árboles como un gato montés,
había que amansarle un poco.
Y entre doña Carmina la maestra y mi abuela,
con el beneplácito de mi madre,
lo prepararon todo para hacer de mí una señorita.
“La niña no es tonta e igual conseguimos algo de ella”,
imagino que algo así hablaron entre ellas.
Y lo prepararon todo, me buscaron un internado de monjas,
donde harían de mí una mujer de provecho… ¡ja ja! (con ironía)
.

Fuimos a conocerlo.
Una calleja estrecha, un edificio gris, ¡qué triste!
Al entrar, entre aquella penumbra
y aquellos muebles tan viejos ennegrecidos por el paso del tiempo,
me pareció un poco siniestro.
.
Otra cosa eran los patios.
Uno exterior, con una tapia muy alta
que nos ocultaba a la vista de la gente,
con un gran portón, por el que, unos años después,
pasaríamos nuestros primeros mensajes de amor.
Y una patio interior, el más usado,
pues el invierno era crudo y largo en aquel lugar,
siete largos inviernos me esperaban allí, ¡siete!
.
Los dormitorios, estancias grandes, con 10 ó 12 literas a cada lado…
Pasillos vacíos, las paredes desnudas, sin color,
el colegio no era acogedor, era frío e impersonal.
Pero yo siempre estaba dispuesta a vivir nuevas emociones,
y para mí el colegio era una nueva aventura,
así me lo tomé… ¡qué ingenua!
.
Y aquel día de octubre,
allí, en aquel caserón oscuro, se perdió la niña indómita
de las largas trenzas.
Trenzas que había dejado en el suelo
de la peluquería días antes, con humedad en los ojos.
.
Los preparativos, el uniforme, sábanas, mantas,
colchón de lana, en aquellos tiempos auténtica lana,
además sacada de las ovejas de mi abuela,
al menos iba a tener algo del pueblo conmigo.
Todo marcado a punto de cruz, nº 114.
Ese número me acompañó los siete años que duró mi internamiento.
Entré con nueve, salí con dieciséis,
¡una larga condena!
.
La niña indómita se convirtió en sumisa señorita o eso parecía…
. 
.
Se acercaba el día de la partida
En aquel momento no era muy consciente de que
sólo volvería al pueblo para las vacaciones.
Ese primer día mi abuela fue conmigo.
Los siguientes viajes ya me las tendría que apañar yo sola.
Era a primeros de octubre
y el vago recuerdo que me ha quedado en la memoria,
es que era casi de noche cuando llegamos,
que el día estaba muy nublado y ya hacía frío.
No lloré cuando mi abuela se fue,
lo viví en aquel momento como un episodio más en mi vida,
estaba acostumbrada a una vida un poco anárquica,
hoy aquí, mañana allá,
un poco al vaivén de los acontecimientos.
¡otra aventura más…!
.
Era casi la hora de cenar,
había niñas en el patio con sus padres.

Y yo estaba sola,
pero no recuerdo que eso me afectara mucho en aquel momento.
No lo viví como algo traumático,
Como decía antes,
mi vida había sido un poco movida,
no la convencional de la mayoría de los niños.
Creo que dormí bien esa noche,
e incluso creo, que los primeros días me sentí bien.
Fue después, con el paso del tiempo,
cuando sentí que el potrillo que llevaba dentro
necesitaba espacio para correr,
¡ay… mis montañas!
.
Pero eso lo contaré en otro momento,
si no os importa…
.
Aún hoy, sigo buscando dentro de mí
a aquella niña inquieta,
que se perdió un día de octubre de hace un montón de años…
.
.
Read Full Post »