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barcelona 2 040
Luego, el tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi olvidamos el jamelgo que montamos.
¡Oh el pollino que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde todos nos bajamos?
(fragmento de «El tren» de A. Machado)

 

Estaba absorta mirando por la ventanilla del tren. De vuelta a casa, perdida en mis pensamientos, mirando sin ver durante breves instantes.

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Luego miré a mi alrededor contemplando a los pasajeros que subían al tren e imaginé mil y una historias… Aquella pareja casi adolescente que se miraba embobada, una niña que sonreía casi arrastrando de la mano a una señora, un grupo de jóvenes, un variopinto grupo de personas que por unas horas compartirían viaje.

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Y les vi allí, en el andén. Mi mirada se posó un instante en una pareja, ya casi en el otoño de su vida, que con las manos entrelazadas, se miraban. Se besaron con ternura, mientras una voz anunciaba la salida del tren.

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Ella, presurosa, con aparente desgana soltó su mano y subió al tren y en esas décimas de segundo las miradas de los dos se cruzaron con la mía, vi una historia de soledad en los ojos brillantes de ella y no acerté a descifrar la triste mirada de él.

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Y viví su historia, la historia que leí en aquellos ojos… o la imaginé, no sé.

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La historia venía de atrás. Los encuentros y despedidas se repetían un par de veces al año. Era un amor complicado, separados por la distancia y por la vida que a veces juega con nosotros un juego peligroso. Sobrevivían viviendo de sueños, sintiéndose mágicamente unidos, corazones enlazados en las nubes. Y se reunían unos días, se abrasaban en la pasión, bebían su ojos, su boca, su piel y luego volvía cada uno a su vida. Y seguían soñando hasta el próximo reencuentro.

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Y ella sabía que el tiempo jugaba en su contra y pensó… cuando la pasión se convierta en sólo ternura, cuando el invierno llegue a sus vidas, cómo vivir sin él, cómo vivir sin tenerse el uno al otro y no pudo evitar que dos lágrimas rebeldes escaparan de sus ojos.

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Se las secó con decisión y pensó en los maravillosos momentos que había vivido. Pensó en cómo los envolvería en papel perfumado de lavanda y los metería en el rincón más confortable de su corazón. Y allí, cuando la soledad se apoderara de ella, entraría y les iría desenvolviendo poco a poco. Y sabía que cada noche al acostarse, al cerrar los ojos, se sumergiría en ese sueño, allí donde la distancia y el tiempo se desvanecen para estar siempre juntos.

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Y mientras los campos pasaban veloces ante la ventanilla, quise buscarla en el tren y preguntarle, pero pensé en la emotiva historia que leí en sus ojos y me quedé sentada, suspirando.

alvia


Miradas atrapadas

en un lenguaje mudo,

tras un cristal

que es todo un mundo.

El tren avanza

y al perder su mirada,

por un instante

su corazón se para…

(Estrella)
 

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EL TREN DE LA VIDA

tren

El tren de la vida,

un tren con destino a ninguna parte

y a todas,

vacío en ocasiones y otras a rebosar de gente,

un tren lleno de colores y risas, a veces,

 otras envuelto en sombras…

El tren de la vida,

el de las estaciones vacias,

y los espacios abiertos esperando,

el de los susurros, el de los besos

y las palabras de amor.

También, el de la soledad,

el de las horas perdidas, el de los llantos…

Algún día llegará a la estación

y me temo que estará desierta y sola,

como yo.

(Estrella)

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.el tren

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Hace unos días, asomada a la ventanilla, contemplaba a la gente en el andén de la estación. Y recordé mi vida girando alrededor del tren. Nunca, hasta ese momento, me había detenido a pensarlo.

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Miré a mi alrededor observando a los pasajeros que subían al tren e imaginé mil y una historias: una niña que sonreía casi arrastrando de la mano a una señora, una jovencita pensativa envuelta en su abrigo azul, aquella pareja casi adolescente que se miraba embobada…

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Mis primeros recuerdos sobre raíles se remontan a mi niñez.

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Veo a una niña rubia con trenzas asida a la mano de su abuela. Espera sin mucho entusiasmo al viejo tren que le llevará a la estación de La Robla, donde le espera su madre.

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Es un tren de vía estrecha, viejo, destartalado, con asientos de tablillas de madera, que cubre la ruta minera que va de Bilbao a La Robla (León) La niña corretea por el tren, mientras los pasajeros entre charlas y risas, comparten chorizo, queso y tortilla… incluso alguno más afortunado lleva un poco de jamón.

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En la Robla pasan la noche en una pensión vieja y poco acogedora, con una luz mortecina que apenas deja entrever el tono oscurecido de las paredes y al día siguiente, la abuela vuelve al pueblo y la niña sigue viaje hacia Asturias con su madre.

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Este tren ya es distinto, más rápido y algo más cómodo. La niña pronto olvida la pena por haber dejado el pueblo y asomada a la ventana, contempla en las curvas del puerto de Pajares el movimiento de las bielas de la locomotora: chucu-chu, chucu-chu… piiiii, piiiiiiiii.

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Estos viajes se repiten secuencialmente durante su primera infancia, hasta que su hogar se rompe y vuelve al pueblo con su abuela.

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tren

A los diez años ingresa en el internado y durante unos pocos años, el tren desaparece de su vida, hasta que su abuela se traslada a vivir a Madrid. Entonces otra vez el tren aparece. ¡Cuántos viajes nocturnos!

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El tren correo Santander-Madrid. Departamentos y un pasillo lateral estrecho y común. La hora de salida del pueblo, alrededor de la medianoche. Días de invierno, nieve, frío, la estufa de carbón en la estación. Los ojos somnolientos esperando su llegada.

Y luego el verano y la ilusión de volver al pueblo.

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Un familiar va con la niña, ya casi una jovencita, se sube al tren y la encomienda a los pasajeros que la acompañan en el departamento.

– Mirad un poco por ella – les dice – en la estación de Madrid su abuela estará esperándola.

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Y estos viajes nocturnos siguen hasta que la niña, ya una adolescente deja el internado y se va a la capital a seguir los estudios. Ya entonces ha encontrado el amor.

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Poco tiempo después, el tren otra vez protagonista…

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La niña ha crecido un poco, ya no tiene trenzas, pelo cortado a lo chico, viviendo un amor complicado. Y la amenaza de una vida en el extranjero para alejarla del joven del que está enamorada.

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Tras dos meses sin verse, ella consigue que la dejen ir a casa de una amiga para celebrar su cumpleaños. El chico se entera y aparece por allí, la convence, van a la estación y huyen en el tren. Ni siquiera compran los billetes.

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Ella deja todo atrás, sin más equipaje que la ropa que lleva puesta y se va con él. Es 9 de septiembre, organizan todo y se casan el 2 de octubre. Ella tiene tan solo 17 años.

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Y ahora recuerda…

el tren también es protagonista el día de su boda. Lo tiene olvidado, quizá porque nunca evoca ese día. Para ella es un día triste, se ve sola y desamparada ante un futuro incierto, en una ciudad desconocida, con gente desconocida, habiéndolo dejado todo por amor.

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No quiere recordar ese día y olvida que su noche de bodas la pasa en un tren, en un coche-cama de camino a Asturias, el mismo camino que hacía con su madre tan solo unos años atrás.

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.Y piensa ahora… ¿no es extraño olvidar una noche de bodas? sí, quizá, pero ella lo olvida. Pueden más todos los sinsabores que las ilusiones. Ese día ella alza un muro entre su vida anterior y la que viene después y tardará años en derribarlo.

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Ha pasado un año.

Y de nuevo en la estación, ahora es una despedida y no está sola, su bebé recién nacida le acompaña a despedir a su padre que se incorpora al servicio militar.

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Solo pasan dos meses, cuando un telegrama le avisa de la enfermedad grave de su marido. Con su niña y el alma en un puño, sin saber lo que se va a encontrar tras el texto alarmante del telegrama, vuelve al tren.

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Tras unos días en que el chico se debate entre la vida y la muerte, triunfa la vida y retornan a casa, juntos por unos días.

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Estos viajes a la estación, encuentros y despedidas se repiten hasta que él vuelve a casa, ya definitivamente. Y el tren se queda en la estación por unos años…

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Y es aquí donde acaba mi relación estrecha con el tren.

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Durante años he vivido de espaldas a él, hasta hace unos días cuando pensé en un viaje y pensé hacerlo en tren. Y a raíz de ello he evocado esta relación estrecha que en tiempos lejanos mantuvimos los dos, el tren y yo.

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Después de años alejados volvemos a encontrarnos en una estación cualquiera, como dos amantes. Quizá vuelva a surgir el amor entre el tren y la viajera y caminemos juntos de nuevo.

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De momento hemos reanudado el contacto y veremos si está relación tiene futuro y volamos por los espacios cual AVE…

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TRENES

Tren del día, detenido

frente al cardo de la vía.

—Cantinera, niña mía,

se me queda el corazón

en tu vaso de agua fría.

Tren de noche, detenido

frente al sable azul del río.

—Pescador, barquero mío,

se me queda el corazón

en tu barco negro y frío.

(Rafael Alberti)

(las fotos son bajadas de Internet)

 

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