
Este mes de mayo se han cumplido nueve años desde que se fue. Fue un matrimonio con más sombras que luces, probablemente de haber vivido, hoy no estaríamos juntos.
Pero eso no importó cuando la enfermedad le fue consumiendo poco a poco. Olvidé mis diferencias y le dediqué mi tiempo y mi cariño sin descanso.
Este poema que publico le escribí en la parte final de su enfermedad. Fue un tiempo muy duro para los dos, durante esos once meses apenas le vi sonreír y apenas hablaba lo indispensable.
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¿QUÉ PENSARÁ?
Me pregunto,
¿qué estará pensando?
Le miro,
ensimismado en sus pensamientos,
encerrado en sí mismo,
no dejo de pensar
qué es lo que pasará por su cabeza.
Diez meses ya,
diez meses de deterioro continuo.
Ya no queda apenas nada del hombre que era
¿cómo se ve en el espejo?
¿se reconoce?
Pensará en su abundante cabello canoso,
ya en el recuerdo,
verá su cara demacrada,
irreconocible,
hinchada por tantos corticoides.
Verá sus brazos y piernas,
se han quedado sin músculos,
solo piel y huesos.
Verá azulear las venas abultadas de sus manos.
¿Qué pensará?
Le hablo,
me mira con gesto hosco,
se me hielan las palabras en la garganta.
Lo intento de nuevo
solo el silencio,
no quiere hablar,
solo me mira.
Tenía 57 años cuando, hace diez meses,
le detectaron el cáncer.
Era un hombre activo
siempre haciendo cosas,
muy meticuloso.
¿Cómo se sentirá ahora que apenas puede hablar?
¿qué sentirá cuando nota que sus manos le fallan?
Y aunque apenas habla,
¿qué sentirá al notar que se traban sus palabras?
Yo no sé que siente
y quisiera saberlo.
Quisiera saber pero no me habla.
Quisiera saber si le queda esperanza.
Quisiera saber que pensamientos le vienen a la mente
uando mira fijamente al frente,
sin ver.
Quisiera sabe si tiene miedo.
Quisiera saber si piensa en la muerte.
Quisiera saber qué siente.
Quisiera saber.
Quisiera encontrar la llave para entrar en él.
Quisiera aliviar su dolor
pero no me deja.
QUISIERA…
(Estrella)
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A veces siento que he perdido la razón, me descubro mirando por la ventana, observando a hurtadillas un tiempo que ya pasó:

.
Aquella niña… Seis años, trenzas rubias, dulce mirada.
Y una mujer que con paciencia espera en el andén del apeadero de la Robla.
La niña camina hacia ella agarrada a la mano de una mujer joven, su madre. No sabe qué pasa pero intuye el dolor. Aún resuenan los gritos y los golpes en sus oìdos a pesar de intentar tapárselos con sus manos.
Las dos mujeres se encuentran y la niña cambia de mano. Mira a su madre sin entender y , aunque ahora no lo sabe, pasarán meses antes de volverla a ver.
Luego, el viaje en tren. En la maleta sus vestidos de niña… en el corazón el aprendizaje duro de la vida. La nostalgia, el dolor de su primera pérdida. Una mano le acaricia el pelo mientras el tren atraviesa los campos de Castilla… es la mano de su abuela que le da serenidad.
Pasan unos meses, la niña llora enloquecida por el dolor. La abuela sufre por ella, el médico del pueblo no sabe qué le pasa. Con la pierna inflamada en un hospital de Asturias recala, un frío y húmedo día de finales de otoño.
Batas blancas, jeringas, cloroformo. Una operación le mantiene postrada en cama. Su madre vuelve del extranjero a dónde escapó huyendo de la miseria y de otras cosas. Desde el día del tren no había vuelto a verla. De nuevo enfrentados, de nuevo gritos. La niña llora, se esconde bajo las sábanas, no quiere oír…
La venganza: el rencor se vuelve contra ella, se queda sin seguro médico y se tiene que ir del hospital. Sigue enferma, curas y más curas con identidad falsa, de repente tiene que suplantar a su prima para poder seguir curándose con la cartilla de ella.
Pero no mejora, le dicen que siempre tendrá su pierna mal. La abuela, aquella gran mujer, indaga, llama a mil puertas, no desespera. Hasta que encuentra quien pueda curar a la niña de las trenzas rubias.
De nuevo el quirófano, las batas blancas. Un hospital de beneficencia de Madrid se hace cargo de la operación. Esta vez, solo la abuela está con ella, su madre no puede venir. Una habitación con dos filas de camas, muchas. Y una sala con televisión. A ella, que viene del pueblo le parece un palacio. Recuerda la serie Rin Tin Tin, que vio por primera vez. Han pasado muchos, muchos años.
Y esta vez sí, después de meses de recuperación la niña parece curada.
La vida sigue en un pueblo de montaña. Naturaleza viva, nieve en invierno, sol en verano. La maestra dice que la niña es buena estudiante, que hay que mandarla fuera. Tiene diez años y, con una beca, comienza su internado en un colegio de monjas, siete años pasará allí…
Cada dos años ve a su madre, quince días, eran tiempos difíciles para los emigrantes, trabajan mucho y hay pocas oportunidades para disfrutar vacaciones. Su padre viene de visita una vez durante esos siete años de internado.
La niña se convierte en adolescente, se enamora, o eso cree. Está cansada de no pertenecer a ninguna parte, Repartida entre su abuela y sus tíos, es de todos pero no es de nadie. No encuentra su sitio, en realidad, ya entonces siente que está sola.
Aparentemente se ha vuelto fuerte, eso creen, porque calla. Y siempre sonríe.
Es muy joven, comienzan sus escarceos amorosos. Hay un chico especial. Su familia se opone frontalmente, aunque, en principio, no lo dan demasiada importancia. Pasados unos meses saldrá del internado y se irá a cientos de kilómetros. Le olvidará, piensan…
Pero él la sigue, y durante un tiempo se ven en secreto. Les descubren, cono siempre ocurre y empiezan las bofetadas, los encierros, las prohibiciones. Pero no hay acicate mayor para una relación que la oposición de los demás. Y eso pasó.
La niña estudia, 17 añitos, buena estudiante, futura aspirante a periodista, ilusionada. No pueden impedirle ir a las clases. Y se ven durante el trayecto, poco tiempo pero intenso…
También eso se lo quieren quitar. Se escapa de casa cuando puede y tiene la guerra montada, cuando vuelve. Pero todo lo hace con gusto. Sueña que alguien la quiere.
Es verano. Su madre, de vacaciones, le amenaza con llevársela a Alemania y comienza el papeleo. Un día de septiembre le dan permiso para ir casa de una amiga, él chico la busca y la convence para irse con el. Sin más equipaje que la ropa que lleva puesta, llegan a la estación y montan en el primer tren que pasa. La suerte está echada.
Ya no volverá a casa, aunque la guardia civil la encuentre. Su madre se rinde, no aparece por España y ella se siente más sola que nunca. En ese momento deja atrás su ingenuidad, sus sueños y en un cajón perdido su matrícula para la antigua Escuela de Periodismo, su ansiado futuro profesional. Se rompió un sueño…
Así se fraguó el primer punto y aparte importante de su vida.
(Estrella)
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