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¡A VOLAR!

pineda 056

Después de leer un original poema de Lucio, recordé este relato que escribí el pasado invierno para el Taller de Escritura FlemingLAB. Una manera un poco informal y desenfadada de tratar el tema de la muerte, trance por el que hemos de pasar todos, lo mismo los Borbones que los que acuden a los comedores sociales…

Espero que esta irreverencia no moleste a nadie. Un poco de humor nunca viene mal.

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¡A VOLAR!

Desperté envuelta en una nube densa que me hizo toser. Pensé, ya me dejé el fuego Eencendido, algo habitual en los últimos tiempos en los que parecía estar como ausente. Abrí la puerta y la escalera estaba clara. Además no olía a humo, no, no era humo, parecía polvo.

-Sara…

-¿Otra vez tú? ¿no me vas a dejar dormir tranquila? Llevas unos días muy pesado.

-Tienes que liberarme, ya llevo un año encerrado en el armario. No es justo lo que estás haciendo conmigo.

-Está bien, recógete y hablamos.

Inmediatamente la nube desapareció en el armario y la habitación volvió a su estado normal. Me senté en la cama dispuesta a acabar con la situación de una vez por todas. Empecé a hablar:

-Cuando ibas al casino con los amigos y no te acordabas de volver a casa, ¿dónde estaba yo? encerrada en casa.

-Éramos todos hombres, no ibas a estar cómoda.

-Ya, y aquellos tardes y noches que te pasabas de chiquiteo con los colegas, ¿dónde estaba yo? seguía en casa.

-Te ibas a aburrir, hablábamos solo de trabajo, entiéndelo.

-¿Sigo? Cuando decías que tenías un viaje de trabajo,  ¡sí, de trabajo! pero si eras el último mono de la empresa…  Desaparecías durante dos o tres días quién sabe con quién ¿me llevabas? no, tenía que cuidar a los niños.

-¿Y es mentira? alguien tenía que quedarse con ellos.

-Sí, sobre todo porque los tríos nunca me han gustado.

-Ahora te estás vengando teniéndome encerrado aquí.

-¿Qué me dices de las tardes de fútbol? Si ganaba tu equipo había que celebrarlo y si perdía… tenías  que ahogar las penas y mientras tanto ¿qué hacía yo? esperar como una idiota.

-Pero Sara, aunque tengas razón ya no podemos volver atrás. Si pudiera, lo haría. Sé que no me porté muy bien contigo.

-Las salidas con la bici, las concentraciones de motos, las cenas con los amigos, las partidas de mus… ¿quieres que siga? Si hasta el día del bautizo de tu hijo habías quedado a cenar con la pandilla. ¡Por favor!  y ahora quieres que te libere.

-Tú verás, como no me saques de este armario no vas a poder dormir tranquila ni una sola noche de tu vida, elige- me dijo con todo desparpajo.

Preferí callar, una conversación con unas cenizas no son el mejor remedio para el insomnio. Quizá después de unas horas de sueño pudiera pensar con más claridad y tomar una decisión.

Cuando Jesús se mató en un accidente de coche el año anterior, en uno de sus “viajes de negocios”,  dije -ahora vas a estar en casa todo el tiempo que no estuviste  antes-. Una vez incinerado su cuerpo, las cenizas fueron a parar a la urna más barata que había, aunque se merecía que las hubiera metido en una bolsa de basura y tirarla al camión, a mezclarse con todos los desperdicios. Esa sí que hubiera sido una buena jugada  con lo escrupuloso que era. Pero no, me le traje a casa y le subí a la parte más alta del armario de mi habitación. Ya pensaría lo que hacía con él.

Había pasado unos meses muy tranquila aunque, he de reconocer, le echaba de menos. En el fondo le quería, si no fuera así no hubiera aguantado tanto. Cuando iba a salir, mientras sacaba la ropa del armario, le miraba y decía, ahora me toca a mí y tú ¡ahí te quedas! Reconozco que era una venganza muy infantil, pero me reconfortaba hacerlo, era como si eso me resarciera de todas sus humillaciones.

Pero las cosas habían cambiado, hacía días que Jesús había empezado a manifestarse por las noches, me despertaba a cualquier hora, susurraba mi nombre, unas veces se reía, otras lloraba. Me negaba a aceptar que fuera real, nunca creí en fantasmas pero ante mí estaba la evidencia, Jesús me hablaba desde su encierro. Incluso había aprendido a abrir la urna invadiendo la habitación como esta noche. No tenía miedo pero empezaba a estar harta.

Era el momento de hacer algo. Desperté temprano, hacía un día primaveral precioso, cielo azul salpicado de nubes blancas. Había un sitio que le gustaba especialmente, así que cogí la urna, la metí en el coche y me encaminé hacia ese lugar, en lo alto de una montaña. El camino estaba bastante intransitable después de un crudo invierno, avancé despacio mientras recordaba aquellos primeros tiempos en que subíamos hasta aquí.

Paré al lado del pequeño refugio de montaña, que hacía años no se usaba. Me senté en una gran piedra y contemplé el valle. La vista era espectacular, bosques de encinas, robles y pinos, un pueblecito al fondo con una pequeña iglesia románica de piedra rosada, Pineda de la Sierra, la cola de un gran pantano y un sinuoso río con agua helada y cristalina. No había nadie, se respiraba una paz infinita solo rota por el canto de los pájaros que volaban de árbol en árbol y el rumor de una pequeña fuente que había al lado. Sabía que le gustaría el lugar.

Se levantó un ligero viento. Mejor, así las cenizas volarían más alto…

-Jesús, llegó el momento. No quiero volver a saber de ti y si tienes la ocurrencia de encarnarte en algo o alguien, por favor, hazlo a miles de kilómetros de mí.

-¿Te acuerdas? veníamos aquí con la tortilla, nos tumbábamos en la hierba y nos besábamos. Hubo un día que los besos nos fueron incendiando por dentro, hasta que terminamos haciendo el amor, casi nos descubre el pastor… las ovejas se adelantaron y nos avisaron. Fueron buenos tiempos aquéllos.

-Lo estropeaste todo. Me relegaste al último puesto de tu vida, mataste mi amor lentamente y ahora, ni siquiera de muerto, me dejas en paz.

-Estás siendo muy dura conmigo, Sara.

-No creo, al contrario, creo que siempre fui muy blanda contigo, de otro modo, las cosas quizá hubieran sido diferentes. Ahora ya no hay vuelta atrás, cuando nos casamos, nos dijeron “hasta que la muerte os separe” así que deja de darme la lata y… ¡A VOLAR!

Abrí la urna y aprovechándome del oportuno viento, giré para coger impulso y lancé las cenizas lo más alto que pude, con la intención de que se esparcieran por el valle y no pudieran volver a reunirse, conociendo a Jesús, no la tenía todas conmigo.

Me monté en el coche, puse la radio a todo volumen y canté a voz en grito, me sentí liberada. Jesús estaría feliz volando entre las nubes, era su estado natural, libre, sin ataduras. Yo también me sentí así, borrón y cuenta nueva,  a vivir de nuevo.

Cuando volví a mi calle paré delante del contenedor amarillo, saqué la urna y la tiré. No creo que  quedasen restos de ceniza, a Jesús no le hubiera gustado acabar en una trituradora de metal. Me sentí contenta, me había liberado del rencor e hice lo que pensé que le hubiera gustado, volar libre en la montaña.

(Estrella)

 

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corazon

Otra despedida más,

¿y ya van siete?

Los recuerdos se amontonan,

las heridas permanecen

pero mi corazón ha dicho

¡basta!

se ha cansado de sufrir por ti

y me ha dado un ultimátum:

o te olvido o deja de latir…

(Estrella)

.

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barcelona 2 040
Luego, el tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi olvidamos el jamelgo que montamos.
¡Oh el pollino que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde todos nos bajamos?
(fragmento de «El tren» de A. Machado)

 

Estaba absorta mirando por la ventanilla del tren. De vuelta a casa, perdida en mis pensamientos, mirando sin ver durante breves instantes.

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Luego miré a mi alrededor contemplando a los pasajeros que subían al tren e imaginé mil y una historias… Aquella pareja casi adolescente que se miraba embobada, una niña que sonreía casi arrastrando de la mano a una señora, un grupo de jóvenes, un variopinto grupo de personas que por unas horas compartirían viaje.

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Y les vi allí, en el andén. Mi mirada se posó un instante en una pareja, ya casi en el otoño de su vida, que con las manos entrelazadas, se miraban. Se besaron con ternura, mientras una voz anunciaba la salida del tren.

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Ella, presurosa, con aparente desgana soltó su mano y subió al tren y en esas décimas de segundo las miradas de los dos se cruzaron con la mía, vi una historia de soledad en los ojos brillantes de ella y no acerté a descifrar la triste mirada de él.

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Y viví su historia, la historia que leí en aquellos ojos… o la imaginé, no sé.

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La historia venía de atrás. Los encuentros y despedidas se repetían un par de veces al año. Era un amor complicado, separados por la distancia y por la vida que a veces juega con nosotros un juego peligroso. Sobrevivían viviendo de sueños, sintiéndose mágicamente unidos, corazones enlazados en las nubes. Y se reunían unos días, se abrasaban en la pasión, bebían su ojos, su boca, su piel y luego volvía cada uno a su vida. Y seguían soñando hasta el próximo reencuentro.

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Y ella sabía que el tiempo jugaba en su contra y pensó… cuando la pasión se convierta en sólo ternura, cuando el invierno llegue a sus vidas, cómo vivir sin él, cómo vivir sin tenerse el uno al otro y no pudo evitar que dos lágrimas rebeldes escaparan de sus ojos.

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Se las secó con decisión y pensó en los maravillosos momentos que había vivido. Pensó en cómo los envolvería en papel perfumado de lavanda y los metería en el rincón más confortable de su corazón. Y allí, cuando la soledad se apoderara de ella, entraría y les iría desenvolviendo poco a poco. Y sabía que cada noche al acostarse, al cerrar los ojos, se sumergiría en ese sueño, allí donde la distancia y el tiempo se desvanecen para estar siempre juntos.

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Y mientras los campos pasaban veloces ante la ventanilla, quise buscarla en el tren y preguntarle, pero pensé en la emotiva historia que leí en sus ojos y me quedé sentada, suspirando.

alvia


Miradas atrapadas

en un lenguaje mudo,

tras un cristal

que es todo un mundo.

El tren avanza

y al perder su mirada,

por un instante

su corazón se para…

(Estrella)
 

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Os voy a contar una historia que comenzó hace siete años y que ha terminado hoy con la palabra FIN.

.

Era Junio del año 2009…

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Me llamo Mora,

y nací el viernes pasado, aunque tenga dos o tres años.

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No quería entrar, me resistía,

pero no me sirvió de nada.

Había gente, perros, gatos,

y unas señoritas vestidas de blanco.

Yo me eché en el suelo, tenía miedo.

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Mi amo sacó la cartera,

habló en el idioma de los humanos,

pagó unos billetes y se fue,

ni siquiera me miró.

Yo me quedé acurrucada,

no sabía cuando iba a llegar el próximo golpe,

o quizá no llegase,

no sabía que pensar…

.

Y allí estaban ellas, madre e hija,

de preciosos ojos, ambas,

¿qué la vais a hacer? preguntaron,

no oí lo que decían, hablaban en voz baja

y me miraban,

yo bajé la cabeza, atemorizada

¿qué va a ser de mí? Pensé,

 como piensan los perros…

.

Me pincharon, me dieron unas medicinas,

y ellas me acariciaron y me hablaron,

me dieron ganas de llorar,

nunca nadie me había hablado así,

y me llevaron en un coche que no conocía,

con dos perritos que reían contentos

Me dieron envidia… son felices, pensé.

.

Paramos y me bajaron,

me presentaron a otro perro, era Duque.

se parecía a mí, y también parecía feliz,

había tres caballos

y varios gatos, todos parecían contentos.

.

Y la mujer guapa, de preciosos ojos azules me dijo:

Esta es tu casa, nosotros tu familia,

no habrá golpes, sí comida…

y todos los días iremos todos de paseo,

tendrás caricias y abrazos

serás feliz como ellos.

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Y yo… ¡casi me lo estoy creyendo!

¿será verdad? pienso…
porque los perros, aunque no lo creáis ¡también pensamos!

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Así empezó la historia conocida de Mora, una perra que, injustificadamente, iba a ser sacrificada por su dueño y que fue salvada por mi amiga y su hija. Su vida no había sido fácil, parecía un saco de huesos, apaleada y llena de marcas cuando llegó a nuestras vidas

 

Con el tiempo y por circunstancias domésticas, hace más de cuatro años Mora llegó a mi casa por unos meses que se fueron alargando hasta hoy.

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Fue la madre adoptiva de Yeni, que tenía meses cuando ella llegó y las dos me han hecho disfrutar muchas veces y enfadar otras tantas, pero han sido una gran compañía.

 

Hoy Mora nos ha dejado, al parecer en sus paseos por ahí, ha comido algo que le ha envenenado la sangre y no lo ha podido superar y yo me siento muy triste y Yeni la busca sin entender su ausencia…

 

Me queda el consuelo de saber que nunca volvió a ser maltratada y que desde aquel junio de 2009 fue feliz.

 

Ahora ya descansa en compañía de Zar y Linda y todos esos perritos buenos que nos brindan su amistad desinteresadamente.

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