Hace unos días estaba pensando en lo tardía que se presenta este año la primavera por aquí, cuando abro el periódico y me encuentro una colorida foto. La miro y veo que es de mi amiga Belén, una excelente fotógrafa aficionada, de la que, en otras ocasiones, he publicado alguna foto en mis posts.
Ni corta ni perezosa le mando un correo pidiéndosela prestada, prometiéndole, a cambio, devolvérsela envuelta en palabras. No sólo me la presta sino que me la manda acompañada de otra del mismo lugar, que me ha llevado a una de mis reflexione en voz alta.
Hay momentos mágicos en la vida, en los que me veo atrapada por sensaciones que parecen irreales, estoy sumergida en un bosque encantado, donde la fantasía de mis sueños sólo ven la belleza de ese manto de flores que me cubre y que deja pasar los rayos de sol formando claroscuros en la tierra del camino. Me siento abrigada, acogida, a salvo del viento y del sol. Ganas me dan de sentarme en las piedras de la orilla del camino y no doblar la curva que se adivina al fondo, tras la cual temo encontrarme algo que presiento no es muy bueno para mí.
De vez en cuando un destello de luz entre las flores y los trinos de los pájaros que danzan en su cortejo de primavera. Las margaritas pintan de lunares blancos la hierba y al fondo una portilla, no sé sabe adónde, parece esperar que la empuje y penetre en su misterio.
Pero los sueños, sueños son, como diría Calderón, el momento mágico ha pasado y sigo avanzando por el camino. De pronto el bosque desaparece, un cielo azul cuajado de nubes desciende hasta la colina. Miro hacia atrás, el bosque encantado son sólo una docena de ciruelos que se han vestido de gala para recibir a la primavera. Como en la vida, los espejismos duran poco, me colman de felicidad en un instante, para volver en el siguiente a la realidad.
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Cada año la primavera nos ofrece regalos maravillosos, como el de estas fotos. Las estaciones siempre se repiten, pero en la vida las estaciones no se suceden como en la naturaleza, a veces el invierno se instala a su aire, se acomoda y no hay quien lo eche y sólo, de cuando en cuando, se atisba algún rastro de primavera…
Y os recuerdo un precioso poema de Antonio Machado de canto a esa primavera que fiel a su cita, cada años nos alegra la vida:
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar…
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
(Antonio Machado)