¿Os acordáis de esa niña que se perdió en un mes de octubre,
de hace un montón de años?
era otoño, como ahora.
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Aquella tarde, una pesada puerta de madera,
con herrajes de metal, se cerró tras de mí.
El cambio de vida fue radical tras la llegada al internado.
De vivir en el campo, todo el día en la calle, trasteando,
jugando con los chicos, entre animales y naturaleza,
pasé a vivir en una especie de caserón, rodeado de un alto muro,
viendo, apenas, un trocito de azul del cielo.
Durante los primeros días, no eché a faltar nada…
la emoción de lo desconocido me tenía ocupada la mente, supongo.
Por las noches, después de acostanos oía llorar a mis compañeras,
pero yo no recuerdo haber llorado nunca en la cama,
creo que sólo lo hice un año por mi cumpleaños,
aquel año que no recibí carta de mi madre…
La vida en el colegio era monótona y disciplinada.
A las 7 nos levantábamos para ir a misa,
y luego, entre las 8,30 de la mañana
y las 9 de la noche, que nos íbamos a la cama,
se desarrollaba el resto del día.
Clases, horas de estudio y rosario.
A mediodía, a las internas, después de comer,
nos llevaban de paseo por las afueras del pueblo,
en dirección al muro del pantano
hasta el “convento caído”,
un monasterio derruído, hoy ya restaurado.
¿Imagináis? todas en fila india por la orilla de la carretera,
con una monja abriendo el cortejo y otra cerrándolo.
A las ocho la cena,
luego un ratito de patio y a las nueve ya estábamos en la cama…
Se imponía el silencio y una monja hacía guardia
hasta que no se oía nada. Chissss… ¡a callar!
Y para no perdernos de vista,
tenía su cuarto en un rincón del dormitorio.
.
Yo empezaba a echar de menos la libertad del campo,
pero siempre he sido fuerte y pensé que aquello era lo que tenía
y había que apechugar con ello.
Era una niña simpática, despierta, amistosa
y me granjeé la estima de las monjas y de mis compañeras.
Buena estudiante, destacaba, siempre de las primeras de la clase.
Pero era algo a lo que no daba importancia, no era nada empollona,
pero aprendía con facilidad.
.
Esos primeros años fueron todos iguales,
me pasaba el trimestre sin salir del colegio,
con escasas visitas, o ninguna…
En vacaciones de Navidad y Semana Santa
me repartían entre mi abuela y mis tíos y en verano iba al pueblo,
¡lo que disfrutaba yo en aquellos veranos!
Entonces volvía a ser la niña de siempre,
la de las correrías por el campo, la de las risas,
intentaba atrapar el paisaje en mis ojos,
recorría los montes, la dehesa, la cueva del moro…
Volvía a ser yo, me llenaba de los sonidos del campo,
de los aromas, de los colores,
¡otra vez, el potrillo galopando…!
A primera vista, no parecía que estuviera haciendo demasiado efecto
el paso por el colegio para convertirme en una señorita,
pero aún era pronto,
yo aún era un crisálida que un día se convertiría en mariposa.
.
La beca que me habían concedido,
apenas llegaba para pagar un trimestre del internado,
y mi madre se hacía cargo de todos mis gastos.
En estos siete años recibí una sola vez la visita de mi padre,
recuerdo que me llevó a comer a un restaurante,
me paseó en su coche hasta un pueblo cercano,
me compró una medalla y una cadena de oro,
que conservé hasta que un día,
cuando mis hijos eran pequeños,
vendí todas las cositas de oro que tenía,
que no eran muchas, para llegar a fin de mes…
(pero esa es otra historia)
Durante un tiempo nos carteamos,
hasta que en una carta se despachó a gusto contra mi madre.
Yo, aunque niña todavía, tenía convicciones firmes
y allí se acabó la correspondencia.
.
Creo que no fui muy feliz, pero ya en aquellos tiempos,
sin saber aún lo que significaba,
mantenía una actitud estoica ante la vida,
las cosas eran así, y había que aceptarlas de la mejor manera posible.
Y fueron pasando cosas,
los tiempos también cambiaron,
y en el internado algo empezó a cambiar también.
Y mientras…
yo me iba alejando por momentos de la niña de las trenzas,
aquella niña que se perdió un día de octubre,
entre los pasillos solitarios de un caserón oscuro…
¡el internado!.
triste y a la vez enternecedor,en su lectura se puede sentir a la niña de las trenzas asumiendo todo cuanto se ha decidido para ella.un beso grandote estrella
Así es, Gloria, pero a todos nos ha pasado eso en la infancia. Como debe ser, nuestros mayores han elegido por nosotros, lo diferente son las circunstancias de cada cual…
Un beso.
Construiste una corteza en tu exterior con tu estoicismo, pero dentro quedó una gran sensibilidad. Un beso. Mercedes.
La corteza permanece bastante dura. Las carencias de la infancia se arrastran toda la vida, aún hoy siento que mis problemas son sólo míos y que soy yo quien tiene que resolverlos…
Un beso
Qué años…
no tan azules como versificaba años antes Machado recordando su Sevilla.
Pero fueron nuestros, lo que éramos, y vomo tal los abrazamos.
Entramos en el giro de la rueda,
en fila india,
sin desmarcarnos. No estaba permitido.
Una monja o un fraile delante la fila y otro atrás cerrándola.
Y avanzamos rodando como piedra del río…
Y así llegamos a la orilla, intentando llenarla de olas,
y despertamos a la vida…
Hoy la recordamos.
Bellos recuerdos, nuestros. Bien expuestos en tu post. No tenemos otros.
Un beso
Años que ahora recordamos con cariño, Justi,
pero que fueron duros, solos, lejos de la familia,
arrancados de la vida de siempre, del pueblo,
de una vida humilde, pero que era la que habíamos conocido
hasta entonces…
Recuerdo especialmente la dureza de aquellos inviernos,
el frío helado de las noches, con guantes en la cama,
y los pies envueltos en alguna prenda de ropa para entrar en calor
y recuerdos las duchas…
una hilera de duchas, a las que no llegaba el agua caliente,
y las monjas asomándose para comprobar si nos metíamos bajo el agua,
no quisiera ser mal pensada, sería para eso, digo yo…
Siempre fallaba la calefacción,
de seis o siete largos meses de invierno,
sólo funcionaba uno o dos meses…
Nos tuvimos que endurecer por fuerza, no quedó otro remedio.
UIn beso.
Tercer comentario y veremos si aparece…Cambiaré al «autor» a ver…
Pero Carlos… ¿estás reñido conmigo o siempre que vienes te encuentras la puerta cerrada? Creo que voy a tener que darte unas lecciones de WordPress y eso que yo también estoy más verde que una lechuga.
Un beso.
Muy bien narrado. Imágenes claras y sentimientos concisos. Un besote.
No hay más que echar la vista atrás, y las palabras fluyen como el agua en un manantial… claras y frescas. Gracias Miguel.
Un besote
Me gusta como recuerdas tu infancia con ese cariño tan especial…creo que cuanto más mayores nos hacemos más recuerdos de la infancia nos vienen a la mente. Creo que yo no habría soportado vivir en un internado. Mis padres me dejaron con mis abuelos, pues eramos muchas bocas para tan poco pan. Un beso
Cuando eres pequeña, aguantas lo que te echen. Tampoco a mí me gustaba el internado, pero terminas acostumbrándote esperando que los trimestres vuelen rápido para volver de vacaciones a casa…
Quizá mi diferencia con mis compañeras, es que yo no sabía a casa de quién iba a ir en vacaciones, salvo en verano que iba al pueblo con mi abuela…
Los abuelos, como ahora pasa, fueron el sostén para muchas familias que no podían mantener a sus niños.
Un beso, Águeda.
Lo siento mucho, Estrella, querida amiga. Es un relato que, además de estar impregnado de nostalgia, guarda recuerdos dolorosos. A muchas personas les hacen pasarlo mal durante esa etapa tan valiosa de la vida; pero tus letras son muy bellas, y la historia que trazas es realmente emotiva.
La vida no es siempre de color de rosa, pero de todo se aprende y somos lo que hemos vivido, Javi. Mi infancia me fue preparando para aprender que hay que mirar hacia adelante siempre, en algún momento es posible que cambie la suerte…
Un abrazo y gracias.
💜
Gracias, Úrsula. Abrazos.
Mi abrazo también para ti!
😀😀
Estrella❤❤❤❤💋💋💋👏👏👏. No digo nada más, porque dices que te halago mucho…pero, cómo no voy a hacerlo…si cuentas todo con esa gran sensibilidad, pero a la vez esa gran bondad, que te permite que no se trasluzca rabia, sino paz, pese a todo…Aplausos!!
No te creas, Pilar, hace hace unos pocos años no podía hablar de mi infancia, me dolía demasiado y no quería que nadie lo supiera. Ahora ya me he reconciliado con mi pasado y he asumido que es una etapa pasada que me ayudó a crecer como persona.
Gracias, eres un sol. Besos.
Gracias a ti, por compartir con nosotros un poco de ti.Besos
Bonita historia describiendo lugar, momento y tiempo, en conjunto, vida,
Una infancia parecida a otras muchas, supongo, pero muy diferente de las de nuestros niños de hoy…
Un beso, Superduque.
Así es.
😀😀
Qué vivencias, Estrella. Ya te dije una vez que tu historia da para una novela (incluso una saga).
Muy bien narrado, creo que nos has metido a todos en la historia y no hemos podido dejar de leer hasta el final. Me encanta esa niña de trenzas, era una heroína.
Un abrazo enorme 🙂
¡Bah, Lídia, una niña como otras muchas! Lo que pasa es que la vida entonces era muy distinta de la de ahora, sobre todo si vivía a en un pueblo. Pero puede que un día recopilar todos mis recuerdos y los niveles, aunque sólo sea por dejarlos a mis hijos que apenas se interesan por ellos, quizá porque yo misma los he tenido secuestrados en el fondo de mi memoria.
Un beso 😀
Te animo a hacerlo encarecidamente 🙂
😘😘
Los cambios llegan tarde o temprano y eso es parte de la madurez, sin embargo, nadie quiere pasar por ese proceso.
Todos, en nuestra adolescencia, deseamos crecer, ser mayores y decidir… pero es entonces cuando empieza la verdadera dureza de la vida.
Un abrazo.
Estrella, tu relato es conmovedor. La infancia salva todos los escollos… la juventud es otra cosa, como bien dices, es en la adolescencia «cuando empieza la verdadera dureza de la vida».
Un fuerte abrazo.
Fue una etapa de bastante soledad, a pesar de estar en un internado. Reconozco que, en mi situación, sin un hogar estable donde ir en vacaciones, me despegué mucho de la familia y ese aislamiento lo he sufrido ya para siempre.
Pero salí adelantey aquí estoy.
Otro abrazo.
Qué tristeza… tus vivencias entre esas paredes y lo de tú padre. ¡Lo siento mucho!
A veces nos quejamos de cosas que parecen importantes y resulta, qué a pesar de los malos ratos pasados, a ti la familia te dejó de visitar.
Sé un poco de qué va, y el porqué de otras tantas cosas. No he vivido lo mismo, pero, algo parecido.
En ese Colegio con monjas que solo se preocupaban por niñas bien parecidas y de otras que ni les dieron importancia ninguna… Ahí no estuve interna.
Sí en otro, bastante distante, y casi un parecido, pero… no en el interior, no tenía la suficiente edad cómo para estar entre sus paredes y muros, tan solo, en las clases, los maitines, rezos y misas.
Tengo un recuerdo muy singular… «una vez, una de las hermanas se cayó, ni sé qué artes, pero se partió una pierna, todo el rato que estuvo convaleciente, iba con una muleta de madera, ropaje blanco roto, y era tan alta y delgada, que parecía se iba a desvanecer muchas veces, la veías y te daba miedo, cuando cruzabas por el claustro… era miedo lo enseñaba, aunque quizás ella no lo deseara, no era mayor, si no… más bien de mediana edad, aunque a la que yo tenía, todas las personas que veías, eran muy… pero, qué muy mayores»… Es la primera vez que lo menciono, nunca antes lo había hecho… son recuerdos de un ayer tardío y lejano.
Pero, la vida sigue avanzando y hasta donde se ha llegado, muchas gentes de ahora y antes, no saben lo que es estar entre muros de piedra y gentes monacales, las cuales, solo veían por unos ojos y nada más. ¡Las que supieron crecer más allá, un día u otro, las dieron el dos automático. No les convenía tenerlas consigo!
A través de esa Cueva del Moro, ya sé de dónde eres realmente…
Me da, que si coincidimos, no llegamos a conocernos realmente.
Sin embargo, algunos recuerdos tengo de los muros caídos y ahora restaurados de ese convento que está levantado… y ni punto de comparación pudo tener en aquellos años.
Sí estuve cerca de la muralla del Pantano… y de su fuente y acequias, y del río… por ahí, campeaba y jugaba.
Quizás en alguna de tus salidas de paseo nos pudimos ver.. quién sabe, cuando subían por la carretera hacía el muro… que estaban construyendo aún… sí fue por esos años, si ya era más tarde… imposible de coincidir…
Un abrazo grande, Estrella.
La vida con las monjas era especial pero, en el fondo, en aquellos tiempos, la represión no se daba solo en el colegio, también en la calle.
Los años han suavizado los recuerdos que tenía de entonces y, sabiamente, la memoria ha almacenado los buenos. Creo que el pantano lo acabaron el año que entré en el colegio, en cuanto había un poco viento, todo el mundo tenía miedo que se hicieran grietas y arrastrara el pueblo… ¡Qué tiempos aquellos!.
Un abrazo y gracias por tu comentario.
Pues, ese año estaba yo interna con otra hermana… y no lo vi.
Es bien cierto lo que dices, ahí las calles, no sabían ver más allá de lo que las invenciones miraban con inexactitud invisibles…
Pero, las gentes eran muy inestables, al no saber ni comprender, que el hormigón y el cemento, no ceden por unas simples airadas del viento fuerte norteño de antes.
Por los recuerdos que tengo, de hablar mis padres y otras gentes que allí convivieron en la construcción, nunca pasó algo igual a lo que las gentes pudieron inventar con los miedos tensionados…
Eran tiempos de ver cosas que ahora parecen anécdotas increíbles… ciertamente, y si las explicas, nadie se las cree por pensar son invenciones meditadas.
No hay de qué… siempre es un placer, otro Abrazo cálido.
Ya sabes, los rumores… se hace una montaña de un grano de arena, eso pasaba con el pantano y ahí sigue.
En cuanto a las cosas que pasaban entonces, han cambiado tanto las cosas en estos años que para la juventud es difícil entender ciertos hechos de aquellos tiempos.
Abrazos.
Es verdad, salta una plumilla y se convierte en un remolino enorme…
Totalmente de acuerdo… pero, no solo la juventud, no entiende de aquellas cosas.
Si no, qué muchas personas que han vivido otras cosas parecidas, no saben comprender lo que nunca han vivido o visto. Eso te lo puedo decir con mucha certeza.
A pesar de qué, por estos lares, la ignorancia se viste con papel de fantasía y vuelan las ensoñaciones y al final, muchas cosas del antesdeayer, les suenan a extrañas, tanto… que parecen venir de otro mundo fantástico…
A ver si un día de estos empiezo a escribir cosas del ayer pasado, para dejar constancia de su existencia.
Un abrazo grande…