Tras los muros del castillo
mi cuerpo encuentra descanso
y mi alma, calma.
El silencio de la noche
envuelve mi soledad
mientras canta la lechuza
en lo alto de la torre principal.
El fantasma que rondaba,
me han dicho que ya no ronda,
se desprendió de su sábana
y se largó de parranda.
Por eso, en los pasillos
se percibe la nostalgia
de ese ruido de cadenas
que tanto daba la lata…
Disfrutando de unos días en este castillo de la Mota, realizando un curso en régimen de internado.
No cocino, no friego, no lavo, no plancho… he vuelto a mis tiempos de estudiante, clase por la mañana, clase por la tarde, pero ¡qué relax! Y vivir en el castillo tiene su morbo, aunque no haya fantasmas, la pena es que son solo tres días.